Bendice a los Tuyos

Recordé hace poco una publicidad en la que una madre se camuflaba maquillándose y disfrazándose para estar presente sin que sus hijos lo supieran cuando ellos empezaron a salir de casa a la escuela, el parque, la biblioteca y a todo lugar. Para todo padre o madre cada vez que un hijo sale de nuestro “radio visual” es una preocupación constante que sólo se calma cuando los tenemos de regreso. Aparte de las múltiples ocupaciones que debemos atender diariamente (trabajo, compromisos, etc.), no tenemos la capacidad de estar en todas partes y menos aún sin ser notados.


Cuando era niño, mi padre solía darme algunas advertencias y mi madre me despedía con su bendición. En varios momentos sólo bastó atender las advertencias de mi padre, pero en muchos otros para los que aún no encuentro explicación lógica alguna, sé que la bendición de mi madre tuvo mucho que ver. A mi memoria viene un paseo de la escuela a un río al que muchas familias solían ir los fines de semana, sin que se hubiera escuchado de algún suceso
lamentable.

Atendí todas las advertencias: no meterme en zonas profundas, no alejarme de la orilla, no apartarme del grupo, etc. Sin embargo, aquel día, mientras varios de nosotros nos lanzábamos a ser arrastrados por la corriente del río, yo fui atrapado por un remolino que surgió de repente del fondo y que empezó a halar de mí hacia un fondo que se había tornado lodoso y que parecía hacerse más profundo a medida que mis pies trataban de apoyarse para impulsarme y salir. Recuerdo que miré hacia lo alto y el cielo se iba cerrando mientras yo me iba hundiendo, cuando de repente la mano de uno de mis maestros agarró uno de mis brazos y me sacó de allí.

A la fecha, no sé cómo pasó aquello. Cuando lo narro, algunos sólo dicen, “¡uff! Menos mal iban los maestros para cuidarlos”. Por aquellos días, uno de los niños de mi cuadra me prestó su bicicleta; mi papá me dijo que no fuera más allá de cierto lugar, pero yo me “aventuré” (desobedecí) y más adelante, un anciano de cara amable me detuvo y me pidió un favor. En realidad, me asaltó. Regresé a casa asustado, gracias a Dios con la bicicleta de mi amigo y sin
daño alguno; sólo perdí un reloj que mi papá me había regalado. Desde mi óptica, en el primer caso no bastó sólo con obedecer, sino también ir bajo la protección de la bendición de mi madre, la cual estoy seguro que dispuso que un maestro acudiera en mi ayuda y me rescatara; en el segundo caso, mi desobediencia tuvo la consecuencia del asalto y un castigo que recibí de mi padre, pero la bendición de mi madre me protegió y me trajo de vuelta a casa, sin mi reloj, pero sano y salvo.

“Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra.
No permitirá que tu pie resbale; no se adormecerá el que te guarda.
He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.
El Señor es tu guardador; el Señor es tu sombra a tu mano derecha.
El sol no te herirá de día, ni la luna de noche.
El Señor te protegerá de todo mal; Él guarda tu alma.
El Señor guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.”

Salmo 121
Es increíble que, independientemente de que podamos tener algo de control o no, hay alguien que sí lo tiene por completo y en quien podemos confiar plenamente, porque tiene el poder suficiente para intervenir a nuestro favor y nunca cierra sus ojos ni sus oídos a nuestro clamor.

Las advertencias de mi padre fueron y son algo que yo decido guardar y obedecer o no, y recibir las consecuencias de esa decisión. Pero la bendición de mi madre fue y siempre será algo que no depende de mi decisión y ni siquiera de la de ella, porque precisamente su bendición indicaba que ella no tenía el control, pero sí sabía de dónde vendría el socorro que yo necesitaría en cualquier momento. Pero el salmo también enseña que la bendición del Señor no se limita sólo al bienestar o seguridad física, sino también espiritual, emocional y mental, pues “Él guarda tu alma”…

Por eso, bendice a los tuyos para que caminen y permanezcan en la presencia del que todo lo ve y tiene el poder de guardarlos y protegerlos de todo mal y peligro físico, espiritual, emocional o mental, tanto al salir como al llegar, mientras estén fuera o dentro de tu hogar.

Termino esta carta con algo que digo al final de nuestras oraciones familiares: “Llévanos y tráenos de nuevo a todos con motivos de gratitud y alegría en nuestros labios, porque Tú, Señor y Dios nuestro, eres bueno”.